A partir del jueves, Bolivia presidirá por un mes el organismo más poderoso de Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad. Este organismo es el que puede emitir directivas de alto al fuego, imponer sanciones económicas, mandar misiones de paz e incluso aplicar acciones militares colectivas.

Presidirlo conlleva la responsabilidad, como también la oportunidad, de influir sobre la agenda política mundial, de crear consenso y de mediar en los casos de seguridad más urgentes del planeta.

Uno de ellos, opacado por la guerra en Siria, es Yemen. En los medios hispanohablantes poco o nada se escucha de la guerra que vive este país en la Península Arábiga desde el año 2015. Una guerra cruenta que ya ha cobrado más de 10.000 vidas. Ahora el país ostenta el triste título de tener la crisis humanitaria más grande del mundo. Dos tercios de su población, alrededor de 18 millones de personas, sufren de hambre.

Yemen también vive una epidemia de cólera, que ha afectado a más de treinta mil personas. Hospitales, escuelas e infraestructura civil son bombardeados a menudo, sin consecuencias, ni aclaración alguna. Si todo esto no fuera suficiente, Yemen cuenta con una importante presencia de Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA) y afiliados del Estado Islámico. Tres millones de personas han sido desplazadas dentro del país. Miles de otras han huido fuera de las fronteras, aumentando así el increíble número de refugiados en el mundo, el más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

La guerra en Yemen es una guerra civil entre los rebeldes hutíes y las fuerzas progobierno del Presidente yemení Abdrabbuh Mansour  al-Hadi. También es guerra de suplentes, entre Arabia Saudita e Irán. Además es un conflicto entre musulmanes chiitas (los hutíes de Irán) y musulmanes sunitas (Arabia Saudita).

Arabia Saudita lidera una coalición internacional de nueve países contra los rebeldes hutíes, quienes son apoyados por Irán. El hecho de que el reino saudí esté invirtiendo en más armamento nos da la pauta de que las guerras en Medio Oriente tiran para largo. De hecho, la inversión en armamento en los países del Golfo ha aumentado entre un 20 y 50% versus a un -20% de Estados Unidos en el mismo lapso de tiempo (datos 2010-2014).

El joven ministro de Defensa y príncipe heredero del reino saudí, Mohámed bin Salmán Al Saúd, de sólo 31 años, quiere hacer de su país una potencia militar. Que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, haya hecho ahora un trato multimillonario de armamento con este país y que encima lo haya elegido como su primer destino en el extranjero, les cubre la espalda a los saudís ante mayores bombardeos y violaciones de derechos humanos dentro y fuera de sus fronteras.

Trump podría haber aprovechado su visita en Riad para hablar de un posible alto al fuego y, sobre todo, de ayuda humanitaria pero ignoró el tema. Por eso mismo el papel del Consejo de Seguridad es aún más importante.

La guerra en Yemen apenas ha comenzado. Cada día que pasa se vuelve más complicada y difícil de entender. Cada día las atrocidades, cometidas por ambas partes, son peores. Y cada bombardeo retrocede décadas a un país que ya antes del conflicto armado era el más pobre de la región.

La comunidad internacional debe empeñarse en encontrar una solución con urgencia al problema, sobre todo a la terrible crisis humanitaria. Este año Yemen ya ha estado en la agenda del Consejo de Seguridad. Pero dada la magnitud de la emergencia, no lo suficiente. Bolivia ahora puede jugar un papel importante en darle continuidad al tema y trabajar con los otros miembros en encontrar una solución concertada. Si la guerra en Yemen sigue escalando, el polvorín de Medio Oriente llegará a extremos imprevisibles.

Gabriela Keseberg Dávalos es  politóloga. Fue alta asesora política del vice-presidente del Parlamento Europeo. @gkdavalos 

Publicado en: Página Siete, Bolivia.

De mi columna: Mundo en transición

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