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Cuando va a comprarse una nueva computadora o celular, lo piensa primero ¿verdad? Tal vez va varias veces a la tienda, se hace explicar por el vendedor las ventajas y desventajas, prueba el producto, lo consulta con amigos que tienen algo parecido… en fin, piensa antes de comprar.

Y cuando toca votar: ¿no se inscribe en el padrón electoral porque da flojera y para qué? ¿Va y vota por cualquiera porque es obligatorio y ni modo? ¿Cree todo lo que le dicen unos u otros sobre el tema o candidato a votar sin cuestionar? ¿O se informa con tanto detalle como lo hizo para el celular?

El voto es un derecho. Un derecho que en gran parte del mundo, fue ganado con mucho esfuerzo, a veces incluso dando la vida. En algunos países, como en Bolivia, es también obligación. Idealmente, el voto debe ser pensado y reflexionado.

Porque seamos sinceros: ¿cuántos irían realmente a votar si no fuera inevitable? ¿Y cuántos van a votar con la conciencia de que su voto sí hace una diferencia?

Alrededor del mundo el porcentaje de participación electoral ha bajado y las consecuencias se han hecho sentir. Sobre todo en países en los que el voto no es obligatorio, cada vez menos personas deciden sobre el destino político de sociedades enteras. En el 2014, sólo 42% de los europeos votaron en las elecciones para el Parlamento Europeo (en 1979 fue 62%). En algunos países de Europa del Este la participación estuvo incluso debajo del 20%.

Los que sí fueron a las urnas fueron los seguidores de partidos de ultraderecha. Lograron que por primera vez la fuerza de estos partidos se haga sentir a nivel europeo. Quien piensa que su voto no cuenta puede revisar cómo la idea del Brexit ganó impulso nada menos que desde esta institución europea, gracias al impacto de esos pocos votantes. Sólo después del referéndum del Brexit, muchos de los que votaron a favor, se pusieron a averiguar qué consecuencias tenía. Más de uno se arrepintió de no haberse informado bien. Tarde. El daño está hecho.

También en EEUU dejó huella la escasa participación electoral. En los comicios presidenciales en 2016 fue una de las más bajas en veinte años. Una minoría del electorado decidió el futuro político no sólo de su país, sino del mundo. Pocos de los votantes de Trump cuestionaron lo que él decía y votaron sin pensar. Tarde. El daño está hecho.

Cada voto cuenta. Siempre. Y es por eso que debe ser pensado y no ser sólo una reacción emocional o una obligación más que se hace con desgano. Es una herramienta de protección de la democracia, como también un arma de doble filo. Sirve para defenderse, como también para apoyar. Manda un mensaje a los políticos que no cumplieron con sus promesas, que decepcionaron o que quizás dan esperanza y proponen soluciones factibles. Pero el voto es también fácil de corromper, comprar y manipular. Es por eso que es tan importante que cada ciudadano tenga conciencia del poder que conlleva.

Votar es una de las responsabilidades más grandes y uno de los actos políticos más contundentes de un ciudadano mayor de edad. No lo desperdicie, jamás.

La autora es politóloga. Fue alta asesora política del Vicepresidente del Parlamento Europeo. @gkdavalos

Publicado en: Los Tiempos, Bolivia y Página Siete, Bolivia.

De mi columna: Mundo en transición

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