En un abrir y cerrar de ojos, Donald Trump ha destruido doce años de esfuerzos diplomáticos. No uno. No dos años. Doce. Doce años de diplomacia, miles de horas de preparación y negociación. Gran Bretaña, Francia, Alemania, la Unión Europea, Rusia, China, Irán y Estados Unidos. Todos ellos estuvieron sentados alrededor de una mesa durante años para llegar a un acuerdo nuclear.
El compromiso, lejos de ser perfecto, era aceptable para todas las partes. Nos benefició a todos, brindando un poco de seguridad en un mundo cada vez más inseguro. Fue aprobado de manera unánime por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, algo que muy rara vez pasa. En resumen: el JCPOA (como se conoce el acuerdo por sus siglas en inglés) es un milagro de la diplomacia mundial y una joya de la diplomacia transatlántica.
Y ahora todo eso está en peligro de irse al tacho. Ciertamente no porque uno de los firmantes (en este caso Estados Unidos) se salga, se acaba el acuerdo. Todos los demás aún lo apoyan firmemente. Pero el precedente que el Gobierno de Trump ha sentado con esta decisión es un punto de inflexión en las relaciones transatlánticas y en el mundo diplomático.
El mensaje que manda es que con Estados Unidos ya no se puede contar, que lo que firma este país no significa que se mantenga. Gran estrategia a sólo unas semanas de la reunión de Trump con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. Trump ha movido fichas, cierto. Pero no de manera estratégica. Más bien se comportó como aquel que cuando está perdiendo en ajedrez, decide volcar el tablero entero. Diplomáticos estadounidenses que actualmente estén negociando acuerdos alrededor del mundo serán cuestionados y lo tendrán muy difícil. El daño de reputación es de una magnitud indescriptible.
El golpe de timón de Trump crea caos. Y aunque Irán parezca lejano, la decisión que se tomó, basada en suspicacia y no en datos precisos, afecta el orden mundial. Crecerá la desconfianza entre países que firmen acuerdos. Significa que ni con las pruebas más claras y contundentes de que uno se está ateniendo a lo firmado, hay la seguridad de que un pacto valga.
Dictadorcillos alrededor del mundo ahora, seguro, querrán imitar este comportamiento o lo usarán a su favor. Que no se equivoquen. Si no se respeta acuerdos diplomáticos y cada uno hace lo que quiere, a largo plazo nadie gana, todos pierden.
Para dar una idea de un equivalente en nuestro diario vivir de una situación sin reglas de juego, basta ver el caos vehicular en La Paz y El Alto. Todos hacen lo que les da la gana. Si hay choques, no se dialoga, directamente se pega. Como peatón o chofer estás constantemente atento al atropello del otro. Traducido a escala mundial y ya con armas (nucleares) vivir así es imposible, por no decir mortal.
La diplomacia es lenta, sí. Y a veces sufre incluso retrocesos antes de por fin llegar a puerto seguro. Pero precisamente porque toma tanto tiempo, porque toma en cuenta las opiniones, miedos y requerimientos de todas las partes, los acuerdos a los que se llega son históricos y duraderos. Además, toma en cuenta algo que importa a todas las partes: que nadie quede mal ante su propio electorado. Con la diplomacia, a largo plazo, nadie pierde, todos ganan.
El entendimiento tácito de que las partes se atendrán a lo acordado es lo que hace que los pueblos puedan avanzar con la confianza de que nadie los va a “apuñalar” por la espalda cuando menos se lo esperan. La diplomacia es, en resumen, la expresión del ser humano racional, resolviendo sus problemas de manera pacífica.
No soy fan de fatalismos, pero las consecuencias de la decisión de Trump del 8 de mayo 2018 no auguran nada bueno. Se avecinan tiempos difíciles.
Gabriela Keseberg Dávalos es politóloga y fue alta asesora política del Vicepresidente del Parlamento Europeo. @gkdavalos
Publicado en: Página Siete y Los Tiempos, Bolivia.
De mi columna: Mundo en transición.