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Mataron (¡supuestamente lo descuartizaron en vida!) al periodista saudí Jamal Khashoggi. Murió en el consulado de su país en Turquía. Era crítico de la familia real saudí y en especial del príncipe Mohammed Bin Salman.

Violaron y sofocaron a una periodista en Bulgaria. Se llamaba Viktoria Marinova. En su programa de televisión había abordado el tema de un fraude en su país relacionado con fondos de la Unión Europea.

Mataron a tiros a un periodista y a su novia en Eslovaquia. Se llamaba Jan Kuciak y su novia Martina Kusnirova. Kuciak investigaba las implicaciones de las mafias italianas en las subvenciones de la Unión Europea a Eslovaquia.

Mataron a una periodista en Malta con una bomba en el auto. Se llamaba Daphne Caruana e investigaba corrupción del Gobierno en la isla.

Todos estos casos se dieron en menos de dos años, entre 2017 y 2018. Todos estos periodistas investigaban corrupción y/o eran críticos del Gobierno de sus países por abusos de poder. Con su muerte, los “mensajeros” se convirtieron en mensaje: que todo aquel que investiga a los que están al mando corre peligro.

 A menudo se trataba de corrupción cercana a los respectivos gobiernos. Y cada vez esos mismos gobernantes prometieron aclaración total de los hechos y que se encontraría a los culpables. Seguimos esperando que eso pase.

Llama la atención que todos los asesinatos sucedieron en territorio europeo, usualmente seguro para periodistas. Entonces, si en Europa un periodista no está a salvo ¿dónde lo está? ¿y porqué debería importarnos su seguridad?

 La seguridad de estos “mensajeros” importa, y mucho. Su libertad de movimiento y expresión es siempre un barómetro de la libertad en un territorio en general.

Porque: donde se ataca a periodistas abiertamente,  donde se los amedrenta, donde se los persigue, desprestigia y asfixia económicamente, donde se los amenaza a ellos y/o a sus familias, donde se los mata, ahí se ataca a la democracia, a la libertad de expresión. Se atacan a nuestros derechos humanos y por ende, se ataca a todos los ciudadanos.

Sin información, no sabemos por dónde nos están agrediendo. No nos enteramos por dónde nos están quitando nuestros derechos y/o malversando lo que es nuestro. Ni tampoco nos enteramos de las cosas buenas que pasan en nuestro país.

Sí, los periodistas pueden ser unos pesados con sus preguntas. Pero sin ellos, sobre todo en donde no hay Estado, no hay quién eche luz sobre problemas sociales, económicos y de seguridad ciudadana. No hay quién cuestione abiertamente y de oficio, investigue, averigüe e impulse a que se haga justicia. Las historias que nos brindan a diario son las que nos hacen reflexionar y ojalá también tomar la iniciativa para cambiar las cosas. Ellos fungen como organismo de control y defensa a la vez.

Efectivamente no faltan los periodistas con poca ética, vendidos a un lado o al otro. Pero en su gran mayoría son gente de valores firmes, que ganan muy poco dinero (esto es mundial) y que son apasionados por su trabajo.

 El caso de Khashoggi de Arabia Saudita -tan espeluznante, que parece inventado- muestra lo corrompido que llega a ser un gobierno que no le debe explicaciones a nadie. Tiene tanto dinero que es absurdo y los derechos humanos de propios y extraños les importan un comino. ¡Y que ego más frágil que tienen que no aguantan ni un poquito de crítica! ¿A dónde llegaríamos si matáramos todos a cualquiera que nos critica?

El hecho de que algunos de estos asesinatos hayan sucedido en países de la Unión Europea es una signo fatal de los tiempos en los que vivimos. Tampoco ayuda que el presidente de Estados Unidos ataque a la prensa a diario. La reciente carta bomba a CNN en Nueva York muestra lo frágil que es el respeto a los medios y lo rápido que se puede incitar a la violencia contra ellos.

Velemos siempre porque los periodistas puedan hacer su trabajo de manera segura. Cada vez que muere un periodista violentamente y esto no se aclara ni castiga, pierde la justicia, pierde la democracia.

Gabriela Keseberg Dávalos es politóloga. @gkdavalos

Publicado en: Página Siete y Los Tiempos, Bolivia.

De mi columna: Mundo en transición.

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