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En varios países del mundo se está tomando la iniciativa de dar fin a las famosas bolsitas de plástico no-reutilizables. Son esas bolsitas súper delgadas que normalmente nos dan para el pan, la fruta, los fiambres etcétera. Se las usa exactamente una vez por pocos minutos y después están en la basura entre cuatro a diez siglos (¡!).

País pionero en la prohibición de estas bolsas es Ruanda, que incluso castiga con cárcel de seis meses a quienes ingresan esas bolsas al país. Veinte países más en África las prohibieron. En Latinoamérica, Uruguay limita el uso de bolsas plásticas que no sean biodegradables y Chile las prohibirá completamente desde febrero 2019.

En China, el gobierno está animando a la gente a usar bolsas de tela. Y también la Unión Europea aprobó medidas para la prohibición de estas bolsas, como también de la vajilla y cubiertos desechables de plástico, las bombillas de plástico, los palos para sostener globos y los cotonetes con palito de plástico.

Y la Unión de Periodistas Ambientales de Bolivia (UPAB) tiene un anteproyecto de ley con alcance nacional para la prohibición de bolsas plásticas. Asimismo el consejo municipal paceño también prepara un proyecto de ley de esta índole. Ambas iniciativas merecen nuestro apoyo.

Necesitamos ser conscientes del uso de plástico no-reutilizable.

Con o sin estas leyes, todos podemos contribuir a limitar el uso desde ya. Necesitamos ser conscientes del uso de plástico no-reutilizable. En mi experiencia, incluso las caseras que usan esas bolsas, se alegran y sorprenden cuando una va con su propia bolsa. Algo que por cierto nuestras abuelas siempre hacían, pero que en algún momento se perdió, por comodidad seguramente.

Los supermercados también podrían dejar de usar esas bolsas para el pan y los embutidos. Hay alternativas, como usar bolsas de papel o que el consumidor lleve un envase propio, como un táper.

Y lo mejor sería que, como en otros lugares, los comercios comiencen a cobrar al comprador por las bolsas de plástico. Eso nos ayudaría a los clientes a no olvidar nuestra propia bolsa. En Tailandia, dos veces al mes se anima al consumidor a traer su propia bolsa. Una manera de ir acostumbrándolo paulatinamente a un nuevo hábito.

Enseñar a los pequeños a reutilizar, a reciclar y a tener conciencia sobre lo que es biodegradable y lo que no.

Otra manera es comenzar con los más pequeños. Enseñarles a reusar, a reciclar y a tener conciencia sobre lo que es biodegradable y lo que no, es otro paso importante. Una buena fuente de información es YouTube, donde hay cientos de videos del movimiento “cero desperdicio” que nos dan consejos sobre cómo evitar crear más basura. Verán que muchos de los consejos incluso se practicaban hasta hace poco en Bolivia. Aún estamos a tiempo de rescatarlos.

Ninguna de las iniciativas va contra el plástico como material. Todos sabemos que es increíblemente útil y versátil. Lo que se intenta es restringir los plásticos que se usan sólo una vez, como por ejemplo las bombillas para jugos.

La buena noticia es que, paralelo a este desarrollo de prohibir las bolsas no-reutilizables, también se está trabajando alternativas de bolsas que se degraden más rápido y no sean nocivas para el medio ambiente. Por ejemplo, las que están hechas a base de almidón de papa o las que se disuelven en el agua.

También en Bolivia se venden bolsas de basura recicladas que se degradan en muy poco tiempo, como las de InnovaPlast. Y bolsas de tela hay modelos bonitos y divertidos, también hechos en Bolivia. Comprando estas bolsas no sólo se ayuda al medio ambiente, si no también a pequeñas empresas nacionales.

Así que en verdad excusas no hay. Es necesario trabajar en paralelo: apoyar la aprobación de las leyes mencionadas, desarrollar nuevas bolsas que sean degradables, llevar una bolsa de tela a las compras y presionar a los comercios a usar menos plástico. El consumidor tiene ese poder.

Al final es un esfuerzo mínimo con un efecto máximo. Vale la pena, para todos.

Gabriela Keseberg Dávalos es politóloga. @gkdavalos

Publicado en: Página Siete y Los Tiempos, Bolivia.

De mi columna: Mundo en transición.

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