“To brexit” es ahora usado como verbo en Europa. Significa “despedirse, pero no irse”. Esta nueva jerga resume de manera anecdótica el caos ya casi kafkiano de lo que fue una mala idea desde un principio. No hay duda de que falló la promesa de “retomar el control” si se salía de la Unión Europea (UE).

Lejos están los principales artífices de este embrollo, dejándole todos los platos rotos a la actual primera ministra, Theresa May. James Cameron, el primer ministro británico que dio luz verde al referendo y confió en que no se llegaría al Brexit, brilla por su ausencia. Políticos como Nigel Farage, exlíder del partido independentista, usaron nada menos que el Parlamento Europeo como plataforma para fomentar la idea de este “divorcio”.

“To brexit” es ahora usado como verbo en Europa. Significa “despedirse, pero no irse”.

Prometió “unicornios” a los votantes si apoyaban el Brexit. Casi tres años después, ninguna promesa se ha materializado. Y muy lejos está ya la paciencia de los otros 27 países de la UE. La posibilidad de un Brexit ordenado y con mínimo daño es prácticamente nula.

Lo que queda es un país profundamente divido, con políticos que no logran dar soluciones y sólo crean más dicotomía. Escocia ya está considerando un nuevo referendo de independencia para así poder quedarse en la UE.

Queda también la imagen de una Europa en crisis existencial, sin rumbo claro. Después de la crisis financiera, el debacle con Grecia y ahora el Brexit, Europa está debilitada. Y la idea de que juntos se es más fuerte es cada vez más difícil de vender al electorado, que este mayo decide la configuración del nuevo Parlamento Europeo. Falta un espíritu europeo más allá de las instituciones en Bruselas y más allá de las grandes capitales europeas que tienen mejor acceso a los beneficios de la Unión.

Falta un espíritu europeo más allá de las instituciones en Bruselas y más allá de las grandes capitales europeas.

Es la primera vez que un país miembro deja la UE. Entrar al “club” es un proceso largo y moroso, véase Turquía que lleva negociando ya casi dos décadas. Entonces, ¿son tres años realmente suficientes para disolver una alianza tan larga y que afecta la vida de miles de personas? Lo dudo. A la vez, ¿cuánto más ayudaría una prórroga, si los desencuentros siguen siendo los mismos? El Brexit deja claro que aunque las leyes permiten la salida del grupo, nadie jamás pensó que se llegaría a este caso. En el actual proceso rige la improvisación, talento poco desarrollado entre los europeos del norte.

Ambos lados pierden, tanto los británicos, como la Unión Europea. Pierden no sólo en los ámbitos de economía, comercio, transporte, migración y defensa. Sino también en fuerza conjunta y capital humano.

Las noticias sobre si habrá o no Brexit, cuándo será y cómo será, cambian a cada dos segundos. Mientras escribo estas líneas pasa una cosa, hasta que sean publicadas de seguro pasará otra diferente.

Tomará décadas sanar la relación entre ambas partes.

La historia nos dirá en qué quedará esto. De que todos sobrevivirán, no hay duda. Pero de que las heridas serán profundas, tampoco. Y tomará décadas sanar la relación entre ambas partes. Ojalá la generación más joven, la más afectada por esta división, encuentre otras maneras de mantener a Europa unida.

El final de este circo (porque ya no se lo puede llamar de otra manera) debía ocurrir este 29 de marzo, pero ahora será el 12 abril o quizás el 22 de mayo. ¿Quién sabe cuántas prórrogas y cambios más habrá? Lo único seguro es que hasta ahora todo se desarrolla de manera fiel al nuevo verbo “to brexit”.

Gabriela Keseberg Dávalos es politóloga y fue alta asesora política del Vicepresidente del Parlamento Europeo. Twitter: @gkdavalos

Publicado en: Página Siete y Los Tiempos, Bolivia.

De mi columna: Mundo en transición

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