¿Realmente queremos volver a la “normalidad”?

Parece que por fin están bajando los números de contagio en casi todo el país. Digo “parece”, porque no sabemos si las cifras que nos comunican son las totales. La sospecha de que hubo más contagios y, lamentablemente, también más fallecidos es grande.

Muchos ansían que de una vez todo vuelva a la “normalidad”. Anhelamos poder salir otra vez sin barbijo, sin alcohol en gel, sin preocupaciones. Deseamos poder ver a nuestros amigos y familia sin miedo de contagio, poder abrazarnos y disfrutar de la vida. Queremos volver al trabajo y a los estudios sin miedo. Ahora sabemos lo que es vivir encerrados y no nos gusta.

Es comprensible querer retomar esa parte de la normalidad. ¿Pero qué pasa con la otra parte? Esa que ya andaba mal, pero a la que desgraciadamente nos acostumbramos. Es hora de cuestionar algunas cosas que en la era post Covid ya no deberían ser “normales”.

Es hora de cuestionar algunas cosas que en la era post Covid ya no deberían ser “normales”.

Porque la “normalidad” había sido que no tenemos suficientes hospitales, ni profesionales de salud. Trágicamente, muchos médicos perdieron la vida durante la emergencia sanitaria. En Bolivia no llegamos a tener un médico por mil habitantes. En las zonas rurales la situación es aún peor. Muchos médicos trabajan en condiciones terribles y con una paga ridícula. Eso, si se les paga. Para colmo muchos de ellos fueron atacados por la ciudadanía durante la pandemia. ¿Normal?

La “normalidad” había sido que vivimos en ciudades con alta contaminación del aire, con pocas áreas verdes, sin transporte libre de emisiones tóxicas, ni suficientes ciclovías. La conexión entre la contaminación y las enfermedades respiratorias ahora está confirmada. Aun así, seguimos comprado autos. Seguimos subvencionando el diésel, seguimos contaminando, seguimos destruyendo áreas verdes. ¿Normal?

La “normalidad” había sido que matan a mujeres a diario con o sin cuarentena. En la mayoría de los casos son atacadas y vejadas por gente que ellas conocen. Niñas embarazas, sin derecho a un aborto seguro. Totalmente “normal”. La pobreza en este país la sufren sobre todo las mujeres, de generación en generación. Un círculo vicioso sin fin.

La “normalidad” había sido que casi la mitad de los bolivianos en edad escolar no están pasando clases. Quedarán rezagados quizás por el resto de su vida. En vez de ponernos las pilas y hacer todo lo posible e imposible por hacerles llegar lo que necesitan, cerramos el año escolar, los hacemos pasar de curso sin ningún esfuerzo y nos olvidamos. ¡Normal!

La “normalidad” había sido que más de dos tercios de los bolivianos no tienen trabajo. Se dice que tienen “trabajo informal”, pero eso no da ni para vivir, ni para morir. Basta ya de eufemismos.

La “normalidad” había sido que la cultura es un “gasto absurdo”. Pero el ser humano no se alimenta sólo con comida. Necesita alimento para el alma. Requiere soñar, viajar con la fantasía, descansar de la –a menudo terrible– realidad. Es a través del arte y de la imaginación que nace la inspiración para mejorar el mundo.

Lo “normal” son marchas y más marchas, aún en pandemia. Amenazas y multas a los que no participan. Secuestros de autoridades y total impunidad para los secuestradores. Gasificación de pacientes con cáncer. Nadie se escandaliza y nada cambia. Todo “totalmente normal”.

Lo “normal” es que siguen ardiendo nuestros bosques. Falta inversión y compromiso de verdad para tener más guardaparques. Ya es hora de darles todo el material que necesitan para evitar la deforestación. ¿Cómo puede ser que estemos viviendo exactamente lo mismo que vivimos hace un año? ¿Cómo puede ser que tengamos que ser otra vez los ciudadanos los que nos organizamos para comprar el material de trabajo de los bomberos? “Normal”, porque somos parte de la peli “día de la marmota”.

La pandemia nos está abofeteando en la cara para que despertemos. Nos está sacudiendo. Pero nada. Seguimos diciendo: “quiero que todo vuelva a la normalidad”.

La autora es politóloga y ecologista. Twitter: @gkdavalos

Publicado en Página Siete y Los Tiempos, 30.9.2020.

De mi columna: Mundo en transición

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