El 25 de noviembre fue el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una pena que en 2016 aún tenga que haber un día así. En Bolivia y en muchos otros países latinoamericanos, y en el mundo, salimos a las calles sobre todo mujeres, algunos hombres y la comunidad LGBT. Se celebraron multitudinarias marchas que repudiaron el alto índice de feminicidios y la impunidad de la que gozan los perpetradores.

Justo para esa fecha el Instituto Nacional de Estadística boliviano publicó una encuesta que reveló que un tercio de las mujeres en Bolivia ve la violencia contra ellas como justificada. ¡Un tercio! Les parece de lo más normal y comprensible que si su marido tiene celos puede pegarle; que cuando “no ha cuidado bien a los hijos” o “ha salido mucho” se la maltrate de alguna forma. El lavado de cerebro y la dependencia son tales que ellas mismas encuentran excusas para justificar la violencia machista.

Está claro que esta mentalidad viene en gran parte de la educación en familia y de la sociedad en general. Pero en Latinoamérica hay otro factor más que sutilmente influye en el pensamiento de las mujeres: las telenovelas. El machismo, la imagen de familia y de deberes de las mujeres que transmiten estas novelas es espeluznante. Sobre todo las telenovelas mexicanas reflejan una idea de jerarquía de género del siglo XV, además de ser clasistas y muy a menudo racistas.

Basta ver una telenovela para saber la receta de todas: hay una mujer mala y una buena. La mala hace de todo para quitarle a la buena el novio. Eso incluye manipulación, chismes en su contra y todo tipo de boicot de lo más maquiavélico. Con razón las mujeres no avanzamos, si eso es lo que aprenden las chicas: que no hay que apoyarse entre mujeres, sino lo contrario; que la meta máxima en la vida  es ser la más bella, la más deseada y la que se queda con el bombón, el más macho.

No importa que después el bombón es un maltratador y un mujeriego que no te quiere, la cosa es verse bien con él en el brazo. Quedarse sola sería lo peor, así que mejor ser siempre sumisa y obediente, siempre sonriente. Demasiadas niñas y sobre todo adolecentes aprenden cómo comportarse en pareja de estas telenovelas. Creen que dar y tener celos es la máxima expresión de amor. Que si su chico se pelea con otro hombre a puño limpio por ellas las protegerá (y no que es un pegador con problemas de agresividad).  La aspiración de las jovencitas es ser y vivir como los personajes que ven en la tele. Y ojo que este comportamiento se ve en todas las clases sociales en Latinoamérica.

Erradicar las novelas es imposible. El dinero que generan estas historias es tal, que se producen en masa sin ton ni son. Pero no estaría por demás controlar una poco el contenido y que aquellos que escriben los guiones se den cuenta del enorme poder y, por tanto, también potencial que tienen para cambiar la vida de miles de muchachas en Latinoamérica para mejor.

En una región en la que lamentablemente aún hay mucho analfabetismo y falta de pensamiento crítico, estas telenovelas y la imagen de pareja que difunden son tóxicas. En muchos casos son incluso la única fuente de información sobre comportamiento social de mucha gente.

No olvidemos que las mismas niñas que ven las telenovelas después se convierten en madres machistas que les inculcan a sus hijos varones que deben comportarse como el macho de la telenovela. Y así se crea un círculo vicioso. El resultado son innumerables noticias de feminicidios y maltrato de las mujeres o, peor aún, el que les parezca normal a las mujeres mismas que se las trate como ser humano de segunda clase.

Espero que este artículo llame a la reflexión, tanto a aquellos que hacen y difunden, como a las que consumen las telenovelas. Yo seguiré marchando y peleando contra la violencia de género. Pero que bonito sería que esto ya no fuera necesario. Después de todo ya estamos casi en 2017.

Gabriela Keseberg Dávalos es politóloga y fue alta asesora política del Vicepresidente del Parlamento Europeo. @gkdavalos

Publicado en: Página Siete, Bolivia.

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